Los algonquinos practicaban el animismo: creían que todas las cosas en la naturaleza como los animales, los vegetales, las montañas, los ríos, etc.; tenían espíritus que podían hacer el mal así como el bien. Ellos llamaban a estos espíritus por deidades, "manitus". Los manitus les enseñaron como construir las casas, cultivar el maíz, y el uso del fuego. Cuando estos espíritus se enojaban, traían tormentas terribles o hacían trucos sobre los cazadores para que fallaran con sus presas. Un poderoso manitu creó a los humanos con madera y aseguraba la cosecha. Otros controlaban los vientos y el clima.
El chamán,
o líder espiritual, tenía la importante tarea de hacerse amigo de los
manitus. Los algonquinos pensaban que los manitus hablaban a los
chamanes a través de los sueños o visiones. Después de los sachems, los
chamanes eran los miembros más respetados de un poblado, y podían ser
hombres o mujeres. Dirigían a los miembros de la comunidad en las
ceremonias religiosas y también los ritos de pasaje (en este caso de iniciación), donde los jóvenes alcazaban la adultez. Las ceremonias eran celebradas con cantos, tambores y bailes.
Los chamanes curaban a los enfermos mediante la invocación de los
manitus, aunque no dependían completamente del mundo de los espíritus
para curar a los pacientes: usaban medicinas
hechas de corteza de árboles y hierbas. Muchas de nuestras modernas
medicinas están basadas en las mismas curas que los chamanes usaban hace
tiempo (la aspirina, por ejemplo, se basa en un compuesto extraído de la corteza del sauce).
Los doce años era una edad muy especial para un muchacho algonquino.
Justo antes de sus duodécimo cumpleaños, el joven era mandado al bosque
solo. Tenía que sentarse durante días, sin comida, esperando a que sus
espíritus ayudantes vinieran a él en un sueño. El espíritu podía venir
como un ave
o como un animal y ayudaría al niño el resto de su vida. Esto era
llamado tener un sueño espiritual. Si regresaba al pueblo sin tener su
sueño espiritual, era mandado de regreso al bosque para intentarlo de
nuevo. Cada algonquino tenía que tener su sueño espiritual para ser un
hombre.
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